Boleta única: la jugada para unir a Macri y Massa contra la lista sábana

Las denuncias de fraude impulsaron el debate sobre el sistema de votación y le abrieron una hendija a una posible unidad de los referentes opositores. Por ahora aseguran que «no hay ningún tipo de acuerdo».

Historias de la historia: la llegada del peronismo al poder en 1946 significó una apuesta a una democracia transparente y representativa, representando un cambio a la década conservadora «infame», repleta de fraudes y trampas para elegir Presidentes.

Sin embargo, 70 años después, cansado de ganar elecciones y de haber sido la comunidad política que más tiempo gobernó el país, el histórico movimiento ha mutado en el garante de un sistema electoral viciado de nulidades quede todos modos -es justo decirlo- no han modificado el resultado de un comicio.

Frente a esta situación se pueden tener dos posturas: la aritmética, que sostiene que ninguna anomalía fue tan importante en cantidad de votos como para cambiar un resultado; y la moral, según la cual no importa cuántos ciudadanos fueron afectados por la trampa. Mauricio Macri defendió esta semana la segunda alternativa. «El que roba 1000 pesos es tan ladrón como el que roba un millón. El robo es el mismo. No cambia por la cifra«, sentenció.

También se podrían contemplar ambas posturas. Si bien -y sin duda- el fraude es malo en sí mismo por una cuestión moral, salvo alguna excepción que seguramente confirmará la regla, ninguna elección en la Argentina ha tenido un falso ganador desde el retorno de la Democracia.

Es altamente probable que en contiendas locales por cargos menores la trampa haya cambiado el resultado final, pero en el repaso de los últimas décadas hay una sola elección que forma parte de las leyendas urbanas como sospechosa: la victoria peronista en la gobernación bonaerense en 1999. Una trama de la que ya pasaron casi dos décadas y que nadie quiere recordar -sobre todo en La Matanza-, excepto los seguidores de Pinky. Quedó como un rumor del universo de las fábulas políticas y las creencias populares, como las suspicacias por la llegada del hombre a la luna.

Como los argentinos nos creemos los mejores para lo bueno y los peores para lo malo, no reparamos esta semana en las lecciones que nos deja el mundo sobre la materia. Porque Estados Unidos, donde funcionan los más modernos sistemas electorales del universo, carga sobre sus espaldas las sospechas sobre la elección de dos Presidentes: nada menos que John F. Kennedy y George W. Bush.

En el primero de los casos la historia oscura no fue tanto en la elección general –en la que JFK derroto a Richard Nixon por el 0.1%,, aunque la diferencia fue más grande en cantidad de electores- sino en las primarias demócratas en el pequeño estado de Virginia Occidental, donde el futuro presidente recibió la ayuda de amigos y condicionales del cantante Frank Sinatra, que integraban un desconocido -para el gran público- clan de «hombres de negocios» que una década después inmortalizaría la película El Padrino. La mismísima noche de la elección tampoco fue fácil: Nixon tardó tres días en reconocer la derrota, convencido de que las cosas no eran como parecían. El mismo Nixon que 14 años después debió renunciar a la Presidencia por el Watergate.

El caso Bush (h) es más actual y por lo tanto más conocido: el futuro presidente y Al Gore -el candidato demócrata- estaban prácticamente empatados en cantidad electores y los 25 de Florida decidían el ganador. Para peor de males, la elección en el propio estado de Florida también estaba empatada, cuando surgieron irregularidades con la marcación de la tarjetas electorales –las boletas en la que la gente debía marcar sus preferencias- en menos de 10.000 votos en ciudades como Palm Beach. Después de un mes de marchas y contramarchas y sin un ganador claro, y cuando parecía que la convocatoria a una elección en las escuelas de las zonas sospechadas significaría el triunfo de Gore, la Corte Suprema de Justicia nacional en Washington dio por terminado el escrutinio dejando todo como estaba y declarando ganador a Bush.

Volvamos a la Argentina en 2015. La oposición acertó con su estrategia desplegada desde comienzos de año de enfocar la cuestión del fraude, como pocas veces lo hizo en los 12 años de kirchnerismo. Dato obvio: sin una cuota de verdad, la movida opositora no hubiera durado ni una semana. La inteligencia del PRO sobre todo –el resto de los candidatos se sumaron esta semana a la ofensiva- fue tomarse en serio la cuestión de la fiscalización y así lograron conseguir fiscales e instalar en la opinión pública la idea de que las elecciones no son todo lo limpias que parecían ser.

Sin embargo, en la efervescencia del caso tucumano –una provincia manejada por la familia Alperovich como un feudo medioeval, con un sistema electoral con 25.000 candidatos que convierten la elección en un aquelarre y con clientelismo en su máxima expresión- la oposición creyó ver fraudes por todos lados, casi al borde de banalizar la deuda que significa un régimen electoral arcaico que merece una urgente revisión.

El otro yerro opositor es denunciar anomalías como un disco rayado: en las primeras elecciones del año en las PASO salteñas, los candidatos opositores a Juan Manuel Urtubeydenunciaron fraude en la inauguración del voto electrónico, el mismo sistema que ahora se propone como la salvación. La estrechísima victoria del socialismo sobre Miguel del Sel en Santa Fe, con un sistema de boleta única, también en un primer momento fue explicada como el resultado del fraude. Y en la Capital, en la primera vuelta electoral, Martin Lousteau se la pasó todo el día de la elección poniendo en duda el flamante voto electrónico y el software que lo ordenaba.

Aun a sabiendas de que modificar el sistema de votación a menos de 60 días del día del comicio y en el medio de un proceso electoral ya en marcha es imposible y hasta ilegal (el art. 54 del código electoral, inciso 5, obliga a establecer un sistema determinado al momento de la convocatoria y naturalmente no puede ser cambiado), la idea de la boleta única fue otra interesante apuesta opositora. Escondida detrás del voto electrónico, fue avanzando una iniciativa que cuenta con más defensores de lo que se sabe y cuya implementación podría cambiar el mapa electoral.

Utilizado en varias provincias -se usó en Córdoba hace dos meses-, el sistema permite llevar adelante alianzas y acuerdos políticos después del cierre de listas. La cuestión no es menor para Macri y Sergio Massa: si a nivel nacional hubiese un régimen de boleta única, podrían sellar y poner en práctica un teórico acuerdo ya el 25 de octubre y no en una hipotética segunda vuelta.

Veamos: con el sistema de B.U. donde el ciudadano «marca» al candidato de su preferencia por categorías –también puede «marcar» votar lista completa- en la provincia de Buenos Aires se podría elegir al postulante a Presidente de un partido –Macri-, al gobernador de otro –Vidal o Solá-, a los diputados también de otro –la lista de PRO o el del FR- y hasta los Intendentes de una unión vecinal, sin necesidad de sellar ningún acuerdo de cúpulas.

¿Qué busca la oposición con la B.U.?. Disminuir el peso del arrastre que en la sábana tienen las dos puntas: el Presidente y el Intendente y lograr un corte de boleta significativo como para romper el remolque de arriba o de abajo.

No por casualidad, muchas provincias, casualmente las importantes, decidieron con el sistema de boleta sábana cambiar su almanaque electoral y elegir cargos provinciales antes y fuera del día de la elección nacional. Capital Federal, Santa Fe, Mendoza y Córdoba son ejemplos de esa estrategia y efectivamente en ninguna de las cuatro ganó el peronismo oficial, que se hace más fuerte en las elecciones presidenciales arrastrando a los candidatos a cargos provinciales y municipales.

Es por esta razón que, casi como un dogma religioso, el peronismo siempre convoca a las elecciones de gobernador bonaerense el mismo día que se elige presidente. La lección no la aprendieron de Perón, ni de Menem, ni de los Kirchner, sino de Raúl Alfonsín. Al ganar la provincia: en su arrollador triunfo del 83 hizo gobernador bonaerense al ignoto dirigente radical de Saladillo, Alejandro Armendáriz.

Desde ese día el peronismo entendió el juego, a sabiendas que de que salvo excepciones -83 y 99- siempre el candidato a Presidente peronista gana Buenos Aires y también la gobernación. ¿Cúal es la única excepción a esta regla?. En el 99 De la Rúa ganó a Presidente, pero no pudo convertir a Graciela Fernández Meijide en gobernadora ni a Pinky en intendente de La Matanza. El peronismo siempre explicó que logró el milagro porque la boleta de Ruckauf-Solá iba no sólo con Duhalde sino también con la de Domingo Cavallo Presidente. Historias de la historia.

Fuente: infobae.com

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