Ante la tumba de Borges: rosas y crisantemos a 30 años de su muerte

En Ginebra. Esta mañana hubo una discreta ceremonia en la que participó su viuda, diplomáticos y amigos.

Temblorosa y vestida de blanco, hace treinta años ella besaba una flor y la arrojaba a la fosa que lentamente se iba devorando el ataúd de Jorge Luis Borges, su esposo. Aquí mismo, frente a la tumba 735, posición D-6 del cementerio de Plainpalais, el más exquisito de la ciudad y conocido como el de los Reyes, María Kodama depositó esta mañana una ofrenda floral delante de la tumba del escritor que yace aquí por puro deseo: Borges se permitió elegir la eternidad en Ginebra. A tres décadas de su muerte, rosas, claveles, flores silvestres y crisantemos amarillos y blancos para él.

Alguien acercó una silla para la viuda que apenas levantó la vista de la lápida. Ese bloque áspero y sin estridencias -como Borges lo fue en tantas ocasiones- que tanto desveló al mundillo intelectual durante años tratando de descifrar el porqué de la frase en inglés arcaico -“And ne forhtedon na” (“Y que no temieran”)-, las siete figuras humanas grabadas en círculo que aluden al ataque vikingo a un monasterio en el siglo VIII, la cruz de Gales junto a las fechas terrenales de Borges (1899-1986), todas alusiones a la pasión borgeana por las antiguas sagas nórdicas.

Borges era un tipo puntual. La ceremonia que la embajada argentina en la Confederación Suiza organizó en el cementerio de los notables, donde la gente hace picnic y hasta hay un rincón con juegos infantiles en desuso, comenzó antes del horario previsto -11:30- y duró menos de 40 minutos.

“Borges decidió vivir en un país que siguió el respeto a la individualidad de cada uno, es decir a la lengua y a la religión, y para él eso debe ser el mundo, un lugar donde la comprensión y la inteligencia superan a la violencia”, dijo Kodama.

Luego de colocar ante la tumba los dos arreglos florales -uno en su nombre y el otro, de la representación diplomática y de la misión permanente argentina ante las Naciones Unidas- llegaron los breves discursos.

Ante algunos diplomáticos, amigos y allegados a Kodama, entre los que no faltó el encargado de la brasserie-restaurante de l-Hotel-de-Ville que Borges adoraba, habló primero el embajador argentino en Berna, Antonio Trombetta. “Hemos cumplido con la intención de honrarlo en una ceremonia austera y digna donde se ha recalcado el valor universal del personaje. Borges es el más universal de los argentinos y el más argentino de los ginebrinos”, dijo el embajador.

“Los escritos de Borges son un auténtico regalo. No quiero hacer un elogio de su literatura sino abordar su religiosidad. En numerosas ocasiones se declaró agnóstico y ateo”, destacó Pedro Estaún, sacerdote español del Opus Dei y miembro de la diócesis de Friburgo, Lausanne y Ginebra. Estaún citó una conversación entre Borges y su madre en la que ella, una mujer muy religiosa, le preguntó por qué dudaba de la existencia de Dios. “Borges respondió: ‘Lo que pasa es que el infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto’. Su madre le habría pedido que rezara un Ave María todas las noches. Borges le dijo: ‘Es mejor pensar que Dios no acepta sobornos’”, agregó el sacerdote.

“Yo no creo que haya sido religioso, pero sí un hombre creyente -dijo a su turno Patrick Baud, el pastor protestante convocado para la ceremonia-. Borges era una hombre que creía que nada estaba definitivamente escrito. Todo quedaba por imaginarse, esto quiere decir que no se encerraba en pequeñas prisiones, no se detenía en los laberintos que describía en sus novelas sino que tenía siempre la posibilidad de buscar una puerta.”

Clarin

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